“Mientras estaba sentado frente a la pantalla de mi televisor observando el funeral del General Eisenhower, reflexionaba en lo maravilloso del gran hombre de Galilea, cuya vida y enseñanzas tienen una trascendencia siempre en aumento en nuestra época – tan gran trascendencia, diría yo, como el día en él que Él anduvo por la tierra. En respuesta a una declaración como esta en otra ocasión, un joven intelectual de cabello desordenado peguntó, ‘¿Qué trascendencia? ¿Sólo qué trascendencia tuvo Jesús para nosotros? Por qué, él están tan pasado de moda como las legiones Romanas que ocupaban Jerusalén cuando él estuvo allí’”.
“¿Trascendencia?” respondí. “Pregúntale a mis amigos que con lágrimas en los ojos observaron el cuerpo de un amado hijo bajar a la tumba. Pregúntale a mi vecina que perdió a su esposo en un accidente. Pregúntales a los padres y madres de los miles de jóvenes hombre que han muerto en las calurosas junglas de Vietnam. Él –el Señor Jesucristo resucitado– es su único consuelo. No hay nada más trascendente para el frío y lúgubre hecho de la muerte que la seguridad de la vida eterna”… Esta es la promesa del Señor resucitado. Esta es la trascendencia de Jesús a un mundo en el cual todos deben morir. Pero hay una trascendencia más y más inmediata. Como Él es el conquistador de la muerte, así también es el amo de la vida. Su camino es la respuesta a los problemas del mundo en el que vivimos”.
(“The Wonder of Jesus” – “Lo maravilloso de Jesús” . Improvement Era – revista en inglés, Junio 1969, p. 74.)
Lo que más recuerdo de Pte. Hinckley es la energía que irradiaba. Su actitud positiva ante la vida y el deseo de lograr que aquellos que le rodeaban se sintieran amados y queridos. Esto le imprimió dinamismo a su LLamado y permitió que la Iglesia fuera conocida por todo el mundo con mayor fuerza.